Tudela

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Todos mis sueños

miércoles, 12 de agosto de 2015

El "chapapote" festivo

Seguramente será la edad, pero no deja de sorprenderme, cada año un poco más, como unas y otras fiestas patronales, al margen de la localidad en la que se estén celebrando, convierten a esa ciudad, como por arte de magia, en el gran "basurero" público. Lo siento, pero no me acostumbro y, lo peor, no deseo acostumbrarme.

La ciudad es patrimonio de todas y todos, eso quiere decir que no es ni mía, ni tuya, ni de aquella o aquel de manera individual, sino que es propiedad de todas y todos los convecinos de manera indivisible. Por ello, la ciudad debe ser usada de común acuerdo entre todas y todos y, por tanto, respetando el criterio, en cuanto a su utilización, de todos sus titulares y copropietarios. Por tanto, es sorprendente observar cómo, en las distintas fiestas patronales, algunas ciudadanas y ciudadanos, convecinos o no, hacen uso de las vías públicas, de los espacios vecinales, ejerciendo unas prácticas que, en ningún momento y supuesto, realizarían en sus propios domicilios.

Cierto es, aunque ello no debe servir como excusa, que las administraciones públicas, los distintos ayuntamientos deben planificar y proveer de los necesarios elementos y de forma suficiente, para que la ciudadanía pueda vivir y disfrutar de la fiesta en plenitud. Me refiero a disponer, por poner solo tres ejemplos, de baños, papeleras y contenedores de basura, cosa que, por otra parte, suelen hacer dichos ayuntamientos, aunque el ciudadano no encuentre estos dispositivos o servicios a pocos metros de su posición y tengan que desplazarse unos pocos más hasta encontrar su ubicación.

También sería deseable y aconsejable que los establecimientos de ocio, en especial bares y cafeterías, ejerciesen una observación periódica de sus baños y lavabos, al objeto de proceder a su limpieza con la asiduidad necesaria, aunque estemos en fiestas, por cuanto la higiene y la salud pública es tan importante como el resultado económico obtenido durante esos días. No menos importante, hilando con todo lo anterior, es que el ciudadano o ciudadana utilice dichos servicios con la adecuada precisión.

Hasta ahora había llegado a ser muy común, durante dichas fechas festivas y también algunas noches de los fines de semana, observar como hombres miccionaban en la vía pública, junto a puertas y fachadas, aunque tuviesen, a no mucha distancia, baños públicos y, cómo no, también de los propios bares circundantes. Pero, lo más sorprendente, cuando menos por el respeto y pudor, es observar como las mujeres se están imbuyendo de dicha práctica. Debo decir, en honor a la verdad, que en menor medida, observándose ya, sobre todo en las fechas de fiestas y especialmente por las noches, como algunas de ellas miccionan en la vía pública.

También es observable, aunque no menos rechazable, como las personas arrojan al suelo comida, bebida, vasos, plástico, papel, etc., sin depositarlos en los contenedores y papeleras correspondientes. Por ello, el suelo viario está "adornado" con una constante y continua alfombra de desperdicios, los cuales, supongo yo, no los arrojaremos, al menos con tanta facilidad, costumbre y descaro, en el pasillo de nuestros respectivos domicilios.

La convivencia es la acción que más dificultades presenta entre las personas. El respeto hacia el otro y, derivado de ello, el respeto a lo que es del otro o es de todas y todos, como es el caso, utilizando los espacios comunes con cuidado y esmero, es la asignatura que solemos suspender, cuando menos en determinadas fechas y celebraciones, cosa que no alcanzo a comprender el motivo o justificación, por cuanto no quiero compartir y, mucho menos, dar por bueno el argumento justificativo, como me decía uno de estos días un joven, "es que nosotros bebemos mucho y, por ello, tenemos que mear", ya que no se dilucidaba sobre la acción necesaria de miccionar, sino sobre dónde se debe ejercitar dicha acción.

A mí, me imagino que a bastantes más, me gusta disfrutar de la ciudad, verla limpia, sin papeles; sin bolsas de plástico, de chucherías o vasos por el suelo, sobre todo si son de cristal y más si están rotos, con el peligro que ello supone; sin que el pavimento esté "regado" de licor y que, por ello, las suelas de los zapatos se peguen. A mí, como a otras y otros muchos, me gusta mi ciudad y muchas de las ciudades que visito, donde el orden y la limpieza, sean fiestas patronales o esté yo de vacaciones, constituya el común denominador, porque lo bello es bonito de admirar, valorar, querer y respetar.

Además, en estos momentos de ajustes económicos en lo público, deberíamos comprender que se ahorra más no manchando las cosas, las calles, los bancos, etc., que gastando más de lo necesario en servicios de limpieza, reparación, etc.. Obviamente, estos ahorros o menores gastos bien se pudieran destinar a otras políticas públicas, como a políticas educativas, sociales, etc...

Nos decía mi difunta madre, hace ya muchos años, "que no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia". Así nos educó, a mis hermanos y a mí. No sé si ahora se sigue utilizando esa máxima, al menos en el uso de los espacios públicos y comunes. Gracias mamá.

viernes, 7 de agosto de 2015

Hay vida después de la política

Aunque últimamente no sea de uso común, siempre se ha dicho que la experiencia es un grado. Valga, para ello, mi propia experiencia, al haber alternado en periodos discontinuos el ejercicio de la política, tanto partidaria como institucional, con el desempeño de mi vida profesional, cuando no me dedicaba a lo público. Muchas veces se tiende a pensar que solo existe el compromiso público, la representación política democrática, máxime cuando una o uno está enfrascado en el quehacer diario que, por cierto, requiere de mucho esfuerzo profesional y personal, dedicación, compromiso y, aunque hoy no se considere así, altruismo en defensa del interés general.

Por tanto, aunque los momentos son difíciles para sostener la afirmación, el compromiso ciudadano, libre y democrático, de ejercer la noble y necesaria actividad política y, derivado de ello, la representación institucional, merece una altísima consideración y un gran respeto y valoración ciudadana. Las dictaduras, tanto de izquierdas como de derechas, también necesitan personas para la representación política e institucional, eso sí sin haber sido estas elegidas democráticamente.

Dicho lo anterior y sin menoscabo de ello, merece una reflexión compartida el entender que dicha representación política y/o institucional debe ser, si es que no lo es ya, temporal y, por tanto, transitoria. El debate sobre la limitación de mandatos siempre ha sido conveniente abordarlo, hoy lo es más que nunca y, más aún, es imprescindible resolverlo mediante imperativo legal.

Esta nueva, necesaria y urgente regulación legal conseguirá algunos efectos positivos. Uno de ellos bien pudiera ser que el representante político se deberá un poco menos a su organización y un poco más a sus representados, por cuanto su mandato tiene un principio y también un final. Otro de ellos será que la autoestima personal subirá, por cuanto se limitará la dependencia orgánica. Finalmente y no menos importante, se conseguirá el reenlace con su profesión, ya que la distancia entre el momento de la excedencia y el del retorno no ha sido infinita.

Para ello, no valdrá, espero que así sea, hacer trampas. Quiero decir que la limitación de mandatos debe ser eso una limitación sin recovecos, sin que la limitación solo afecte cuando se compute el mismo cargo de representación, sino que sea aplicable con independencia de que una o uno haya sido concejal, alcalde, parlamentario, consejero, director general, diputado, senador, etc., etc.. Es decir, que la limitación a dos o tres legislaturas se aplique a distintos mandatos y cargos institucionales, siempre que de ellos una misma persona haya percibido un salario por su desempeño, en régimen de dedicación parcial, total o exclusiva, bien con incompatibilidad o sin ella.

Solamente, a este cúmulo objetivo de virtudes, según mi punto de vista, se pueden contraponer resistencias personales nada, por cierto, altruistas. Estas resistencias se suelen encontrar, por supuesto desde que ejercemos nuestra constitucional democracia, en aquellas personas que no tienen, seguramente porque tampoco antes no lo tenía, profesión, desempeño o empleo donde retornar y humano es pensar ¿de qué voy a vivir a partir de mañana?.

Esa pregunta, lógica desde un planteamiento personal y humano, no corresponde ser respondida desde lo público, por cuanto el ejercicio de la representación política no es un puesto de trabajo obtenido mediante una oposición, ni a través de ninguna agencia de colocación, sino que es un compromiso finito. Por ello, la pregunta debe ser respondida siempre desde el espacio personal y privado y, para ello, no hay mejor opción que la de pensar que la vida personal es de la persona y sus soluciones y alternativas deben ser buscadas y encontradas por esa persona, sin utilizar palancas públicas, ni relaciones institucionales anteriores.

Sirva esta humilde y pública reflexión para todas las personas que han sido recientemente elegidas o designadas democráticamente o lo vayan a ser en un próximo futuro. La responsabilidad es muy importante, la asumida o la que se vaya a asumir, pero la reflexión sobre el día de después debe comenzar, a la vez y en paralelo, en el mismo instante en que se toma posesión de la nueva responsabilidad. La tranquilidad y la independencia que se obtiene cuando uno es capaz, por si mismo, de mantener sus necesidades vitales y familiares cubiertas, con independencia de ejercer el cargo público o no, es inmedible y, a su vez, imprescindible.

Por ello, porque considero que hay vida después de la política, animo a nuestros representantes actuales y futuros a meditar sobre lo escrito y a ponerse en marcha para garantizar su propio retorno a la vida privada, ya que, cuando se accede a un cargo institucional, la maleta de despedida hay que tenerla preparada todos los días.