Tudela

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Todos mis sueños

martes, 15 de octubre de 2013

Papa Francisco: “jamás he sido de derechas”

Alegra mucho escuchar, más en estos tiempos, a personas que representan a altísimas instituciones mundiales pronunciase sobre sus sentimientos y pensamientos. Me estoy refiriendo, en este caso, a las posiciones que, según han reflejado, días pasados, bastantes medios de comunicación, tiene y expresa el Papa Francisco, por cuanto, según parece, el Pontífice manifestó, entre otras muchas cuestiones, que "jamás había sido de derechas" y pidió a la Iglesia que hable menos "del aborto y del matrimonio homosexual" y dijo apostar por colocar a la mujer "donde se toman decisiones".

Esta es la forma de ser, de pensar y de creer del Papa Francisco. Ideas, reflexiones y convicciones reflejadas en una entrevista publicada y difundida por numerosas revistas de cultura de la Compañía de Jesús y realizada por el director de La Civiltà Cattolica, el jesuita italiano Antonio Spadaro, que recoge un diálogo de más de seis horas con el Pontífice.

El máximo representante de la Iglesia Católica y del Estado de la Ciudad del Vaticano o Santa Sede demuestra que, debajo de los hábitos, de los símbolos propios de su cargo, hay una persona, un hombre en este caso, que tiene cabeza y, de forma indisoluble, también corazón, que piensa pero, a la vez, también siente y, como piensa y siente, también sufre, en especial por las personas más desfavorecidas.

No dejo de reconocer mi respeto y hasta un punto de admiración hacia el Papa Francisco, por lo que nos viene diciendo, en especial a los católicos, pero también a todas aquellas personas que, como es mi caso, no practicamos dicha religión, pero nos sentimos vinculados por similares ideales, aunque desde posiciones éticas y progresistas, respetando que otras personas lo hagan desde creencias morales y cristianas. Siempre se ha mantenido, al menos en el debate teórico, que si Jesucristo viviese sería, sin lugar a dudas, de izquierdas.

Algunos hemos convivido y crecido políticamente, especialmente en los años previos a la transición española, en los entornos de la iglesia católica, en las salas de muchas casas parroquiales, seminarios o iglesias de barrio, junto a sacerdotes o curas llamados obreros, que colaboraron, cómo no reconocerlo, a que las personas superásemos lo vivido hasta ahora y creásemos algo distinto, para todos y todas y entre todas y todos.

Por todo ello, ahora, más de 40 años después, tengo una sensación agridulce. Por un lado, veo con esperanza como la máxima institución de la Iglesia Católica se manifiesta y posiciona en temas que, hasta hoy al menos, han venido sirviendo de confrontación y división entre personas, entre buenos y malos, entre creyentes y agnósticos. Posiciones que, desde la ética humanista y progresista y sin entrar en matizaciones, básicamente comparto. Pero, a su vez, creo intuir, me gustaría equivocarme, que la mayoría del entramado jerárquico de la misma Iglesia Católica no comparte ni aplica los postulados de su Pontífice.

Es difícil separarse, después de tantos años pegado al poder económico y político de los gobiernos; es decir, de los poderosos, compartiendo, en algunos casos, intereses. Pero, por el bien común, es necesario hacerlo. Es imprescindible que todos pongamos al ser humano, a la persona, en el centro de nuestras miradas y de nuestros actos. El Papa Francisco así lo entiende y pretende practicarlo. Las políticas que se están ejecutando en muchos países, también en Europa y, cómo no, en España, los recortes sociales no dejan lugar a dudas. Estas políticas conservadoras no ponen a la persona por delante sino que los intereses de los poderosos son los que prevalecen.

A las pruebas me remito. Las grandes empresas españolas, las del IBEX 35, están obteniendo beneficios, mientras que los trabajadores estamos recibiendo perjuicios. Los que ponderadamente menos impuestos pagan, ganan y los que más recursos públicos aportan, pierden. Unos obtienen dividendos y los otros ven mermados sus derechos sociales, algunas veces ejecutados con nocturnidad y alevosía, como es el caso del último copago sanitario de 42 fármacos que se dispensan en los hospitales.

Y, mientras ocurre todo esto, la Iglesia Católica en España, al menos su jerarquía, no pone al máximo volumen sus altavoces y "grita", a los cuatro vientos, su disconformidad con estas medidas, separándose del poder económico e ideológico y acercándose al ser humano, a los que sufren, a los necesitados, pidiéndole al Gobierno de España y también al Gobierno de Navarra, como es mi caso, al Sr. Rajoy y a la Sra. Barcina, que no apliquen estas políticas antisociales, que piensen más en los más necesitados y que pidan más esfuerzo a los que más tienen.

Este es el giro que, tanto desde el humanismo cristiano como desde la ética progresista, deberemos lograr. El cambio social hacia el progreso en Navarra, tanto desde la política como desde la sociedad o desde la religión, es posible, es necesario, es imprescindible. Es urgente que las personas, los más desfavorecidos, sean el eje de actuación de todas y de todos, por encima de ideologías o de creencias y eso es lo que, desde mi humilde interpretación, ha querido expresar públicamente el Papa Francisco.