Tudela

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Todos mis sueños

viernes, 3 de agosto de 2012

Economía sin corazón y política sin alma

Se le atribuye a Lenin la frase: “La política es la expresión más concentrada de la economía”. Claro que él la pronunció en un contexto muy diferente y para lograr unos fines diametralmente distintos a los actuales del siglo XXI. Hoy, en esta segunda década de nuestro siglo, estamos todas y todos hablando de economía, sabiendo, al menos yo, más bien poco, menos todavía si hablamos de ingeniería financiera, cuando lo habitual era hablar de política y, más singularmente, de los políticos.

Cierto es, no lo voy a negar ni eludir, que el momento social, político y económico es complejo y, por consiguiente, complicado, pero especialmente, al menos para mí, por el orden que lo he señalado, primero las personas, después la política (la representación de las personas) y finalmente la economía (el intercambio de bienes y servicios entre las personas u organizaciones).

La economía es o debería ser el esqueleto de un cuerpo, mientras que la política es o también debiera ser el cerebro de ese cuerpo. Cierto que el dolor o la debilidad del esqueleto afecta a la toma de decisiones del cerebro, pero siempre deberá tomar dichas decisiones el órgano supremo, el pensamiento, la voluntad, la inteligencia, la capacidad de elección entre opciones, en definitiva el cerebro.

Se está queriendo asentar la idea, al menos en estos momentos de dificultad colectiva, de que no hay opciones ni alternativas ante los problemas que vivimos. Es decir, que el esqueleto dolorido debe imponer al cerebro una sola opción de superación, cosa difícil de aceptar por otra parte, por cuanto solo la muerte no tiene opciones ni alternativas y, por cierto, esta es la muerte cerebral.

No obstante, yo creo que es la política, determinada opción política, más bien neoconservadora y de derechas, la que disfrazada de economía promulga la idea de que no hay más alternativa, para salir de la situación actual, que la de recortar el gasto, bajo el término económico del equilibrio fiscal, que es lo mismo que decir no comer o, más grave, no vivir.

No podemos eludir la realidad política de la mayoría de los gobiernos europeos, con honrosas aunque limitadas excepciones como la francesa, todos ellos conservadores, los cuales representan, y muy bien por cierto, los intereses de las clases dominantes, menos de las clases medias y muchos menos de las clases populares. Estos gobiernos, que conforman y deciden en la Unión Europea, quieren imponer a todas y todos la famosa frase de café para todos o, lo que es lo mismo, la misma y única receta como solución en todas las partes y para todas las personas, aunque esto suponga que no hay café.

Esta imposición, que según nos dicen viene determinada por los mercados, es la constatación, insisto que disfrazada, de que la economía sin corazón se está imponiendo a la política de la razón. Dicho de otra forma, cuando no se tiene la fuerza de la razón se utiliza la razón de la fuerza, en este caso de la fuerza económica, la de la los mercados. Quiero, en este punto, preguntar y preguntarme en voz alta ¿quiénes y cuántos de los dirigentes europeos (Comisión, Consejo, Banco Central, etc.) son elegidos directamente por el conjunto de la ciudadanía europea? La respuesta es sencilla, NINGUNO. Luego, si no tienen que rendir cuentas democráticas y electorales a los ciudadanos y ciudadanas europeas, por qué van a defender y tener en cuenta los intereses de esa misma ciudadanía.

Dicho de otra forma y retomando el principio, no es cierto que sea la economía sin corazón la que impone y obligue a aplicar una única solución a la enfermedad que padecemos, que por cierto mayoritariamente es financiera, luego la habrá generado el ámbito económico, menos el político y nada el social. Es la política sin alma, es la política no electa la que está imponiendo las soluciones. Y cuando es la política representativa, aquella que hemos elegido (no es mi caso) como teórica solución a nuestros problemas, dándole una mayoría absoluta en nuestro país, esta política aplica soluciones diametralmente distintas a las comprometidas en su programa, una vez más bajo la justificación economicista de que no hay otra posible (determinismo económico).

Se ha venido asentando durante los últimos años, algunos más en otros países avanzados, modelos de gestión empresarial donde la responsabilidad social corporativa tuviera un determinado y digno papel en la gestión y en los objetivos de las empresas. Esta idea, esta filosofía, donde no solo lo económico es lo único ni lo último, donde las organizaciones las conforman personas, con perfiles, conocimientos y necesidades diferentes, bien debiera iluminar básicamente las soluciones a los problemas de los países, donde los remedios no fuesen solo económicos, donde el recorte no fuera el único camino ni la moto-sierra la única herramienta, donde la imposición institucional no fuese el único método, donde el dialogo y el consenso fuesen en camino real hacia las soluciones colectivas, con sacrificios seguramente sí pero con consensos previos también. Porque el bien no hace ruido y el ruido no hace bien y últimamente se está forzando, desde el Gobierno del PP, desde su democrática mayoría absoluta en las Cortes generales, a que haya más ruido que bien, más imposición que acuerdo, más manifestaciones que negociaciones.

En este nuevo siglo, donde lo importante somos o deberemos ser las personas, por cuanto todo lo demás no nos es útil si no está a nuestro servicio, deberemos apostar por organizaciones más democráticas, con una representación electoral más directa. Deberemos articular nuestro estado autonómico desde parámetros de eficiencia pública, donde solo una de las tres administraciones (estatal, autonómica o local) tenga todas las competencias sobre una misma materia, seguramente cuanto más cercana al ciudadano mejor, evitando duplicidades y generando instituciones social, política y económicamente sostenibles, con tamaños adecuados y prestadoras de servicios eficaces.

Además de ello, deberemos crear, de una vez por todas, los Estados Unidos de Europa, una Europa realmente federal, donde prime lo colectivo sobre la individual, donde tenga más importancia lo del conjunto de los países sobre lo individual de cada país y, sobre todo, donde haya una economía con corazón al servicio de una política con alma.